Mariana se ha dado cuenta de que las estatuas no son las mismas de antes.
Antes se lanzaban miradas interesantes, escribían poemas.
Las estatuas lanzaban piedras al estanque haciendo que estas rebotaran hasta hundirse rendidas por su propio peso.
Casi nunca se quedaban en la posición en la que habían sido esculpidas. Unas sentadas, las otras de puntitas espiando sobre el hombro de algún hombre que lee el periódico.
La estatua de la sirena jugaba con las niñas que saltan la cuerda. Y la del capitán se diviertía ganándole canicas a los niños.
Hoy, la estatua del jovén y el ruiseñor sostiene un vaso con helado de fresa, pero no le ha probado; todas miran fijamente la orilla del estanque.
Donde por la mañana una linda niña cortaba flores.
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